EN ESTA EDICIÓN
presentamos los trabajos científicos de los siguientes investigadores de la Universidad del Norte.
EN ESTA EDICIÓN
presentamos los trabajos científicos de los siguientes investigadores de la Universidad del Norte.
Ángela Posada-Swafford
Asesora editorial
angela@angelaposadaswafford.com
“UNA ESTRELLA ES MÁS
SIMPLE QUE UN INSECTO”.
Martin Rees
Son ingenieras, arquitectas, organizadas, guerreras, valientes, persistentes, longevas, prolíficas. Tienen un arsenal químico que envidiaría cualquier laboratorio avanzado, una organización militar impecable, y una sociedad armoniosa a más no poder. Encima de todo, practican el desarrollo sostenible. ¿Es de extrañar que investigadores como el profesor de química y biología Robin Hood Casalla caigan rendidos ante las termitas? A diferencia de otros científicos extranjeros interesados en estos insectos asombrosos, Casalla tiene una ventaja: en Colombia hay muchísimas especies. Pero eso también es una desventaja porque en el país hay muy pocos “termitólogos”, y Casalla prácticamente no da abasto. Uno de sus principales retos es levantar información primaria de las especies colombianas, pues la información conocida en las redes científicas y los grupos de investigación es escasa.
¿CÓMO SABER
QUÉ PASA
EN EL CENTRO
DE
la Tierra?
Jaime Escobar------------------ Doctor en Ecología-paleoclima. Es director del Instituto de Desarrollo Sostenible de Uninorte.
Los científicos arman la estructura para realizar las perforaciones en la parte más profunda del lago.
Amanece con nubes bajas en el lago de Tota. El aire a los 3115 metros de altura está cargado de olor a cebolla, el termómetro no pasa de los 9°C y una brisa suave mece la superficie del “espejo del universo” de los indígenas muiscas. Haciendo caso omiso del frío, un grupo de investigadores de las universidades estadounidenses Indiana-Purdue, Minnesota y Cincinnati, y las colombianas Uninorte y la Pedagógica y Tecnológica, ponen los toques finales al andamiaje de perforación de dos toneladas que llevan armando desde hace tres días junto al muelle. El aparato es colocado sobre una plataforma flotante y empujado por un
bote de caucho hasta el centro del lago de 55 km² y 65 metros de profundidad, que no solo es el más grande de Colombia, sino el segundo lago navegable de alta montaña más grande y profundo del continente suramericano. Son estas características las que han puesto a Tota bajo la mirada de geólogos financiados por la National Science Foundation (NSF), que explora lagos en todo el mundo. Se trata de un proyecto gigantesco que busca estudiar, a través de los sedimentos lacustres, el pasado climático del planeta y la forma en que este respondió a los extremos del clima en el medioambiente natural —sucesos como erupciones volcánicas y variaciones en la radiación solar—; y más recientemente, aquellos generados por acciones humanas como la erosión inducida por la deforestación, la acumulación de desechos en el cuerpo de agua y la acidificación a causa de la combustión de combustibles fósiles. La perforación tiene el objetivo de determinar si Tota es apto para formar parte del estudio global, que consiste en perforaciones a escala mayor. El proyecto se realiza gracias a la beca EAGER (Becas para conceptos tempranos de investigación exploratoria, por sus siglas en inglés), a través de la cual la NSF apoya el trabajo de campo para estudiar ideas con potencial transformativo, porque son arriesgadas. De cualquier forma, dice el geólogo e ingeniero ambiental de Uninorte Jaime Escobar Jaramillo, los núcleos van a aportar una información importante a nivel local sobre el impacto del clima pasado y presente en todo el altiplano cundi-boyacense. “El lago puede tener al menos unos 100 metros de sedimentos; es decir que estudiando los núcleos como si fueran las hojas de un libro, podríamos conocer su historia y la de sus alrededores desde hace aproximadamente unos 100 a
200 mil años atrás”, señala Escobar, quien hace meses llamó la atención de los investigadores estadounidenses sobre el lago de Tota para realizar este estudio en conjunto. “Tenemos pocos datos sobre los monzones del norte de Suramérica”, interviene Broxton Bird, de Indiana-Purdue. “Por eso escogimos esta área. La idea es obtener datos del hemisferio del norte y compararlos con los resultados del hemisferio sur para tener un mejor entendimiento del cambio climático en zonas neotropicales de Suramérica a través del tiempo”. Bird, que trabaja en proyectos en el Tibet y EE.UU., se especializa en la intersección entre el cambio climático y los recursos hídricos, y su impacto sobre los sistemas naturales y antropogénicos.
El libro de sedimentos Horas después de haberse adentrado hacia el centro del lago con su equipo de extracción, los investigadores regresan a la orilla con cara de triunfo. Lograron extraer núcleos de entre dos y cuatro metros de sedimentos. La preciosa muestra permanece protegida entre tubos de plástico, y es cuidadosamente preparada para ser enviada directamente a los respectivos laboratorios. Una vez allí, los tubos se abrirán como las mitades de un largo pan, dejando expuesta la paleohistoria del lago. Sus componentes biológicos, como las algas diatomeas, por ejemplo, guardan información sobre la temperatura, concentración de nutrientes, metales y niveles de acidez del agua en diferentes épocas del pasado. El contenido de plomo o de compuestos orgánicos, producto de fuentes como automóviles o incendios forestales, hablan de la calidad ambiental del pasado remoto, y en el pasado cercano, ayudan a reconstruir variaciones en la cantidad y disponibilidad del agua y sus consecuencias negativas en el consumo humano, la agricultura, la silvicultura, la pesca y la manufactura.
Broxton Bird ----------------Profesor investigador de Indiana-Purdue University. Estudia la intersección entre el cambio climático y los recursos hídricos. Actualmente desarrolla nuevos registros hidroclimáticos del Tíbet, Sudamérica tropical y el medio oeste de los Estados Unidos.
Thomas Lowell----------------Ph.D. en Geología, es profesor de la Universidad de Cincinnati. Investiga el patrón de cambios climáticos del pasado y sus causas, especialmente los registrados en los sistemas de origen glaciar.
Gigante ambiental Más allá de su valor geológico y origen sagrado ancestral, el lago de Tota alberga una biodiversidad única en flora y fauna. De hecho, la sociedad civil busca que se le declare como sitio Ramsar (un nivel de protección internacional para los humedales importantes), dado que se han registrado más de 100 especies distintas de aves, entre las cuales se encuentran algunas endémicas, según la Asociación Ornitológica de Boyacá. La importancia ambiental del lago de Tota es imposible de subestimar: ubicado en el costado oriental de la cordillera oriental de los Andes, el lago de altura está enmarcado por una cuenca de páramos, albergando cerca de dos millones de metros cúbicos de agua; en otras palabras, Tota abarca el 44% del agua que existe en los 20 lagos y lagunas más grandes de Colombia. Que su supervivencia depende del lago es algo que no escapa al campesino Emiliano Piragua, quien nació en sus orillas hace 60 años. En el transcurso de ese tiempo Piragua ha sido testigo, sin entender la causa, de todas las transformaciones que ha tenido el clima. “Antes la temporada del verano, diciembre y enero, era lo más duro; ahorita ha cambiado, hay veces que llueve harto en esa época. Los meses de invierno, de junio hasta agosto, también han cambiado, porque primero llovía bastante y el frío era fuerte, ahora llueve muy poco”, dice arrebujándose bajo su ruana de lana de oveja negra. “También ha mermado, ha bajado muchísimo, por lo menos tenía unos dos metros más de altura”, añade con cierta nostalgia. Para los pobladores de las zonas vecinas, el lago los mantiene, los alimenta, y hasta sustituyó las funciones del acueducto cuando este no existía. Como para reforzar el punto, una caminata por los campos trae un fuerte olor a cebolla: aquí se cultiva el 90% de la cebolla larga que se consume en el país. “Toda actividad agrícola altera la cobertura de los suelos, y altera los ciclos de calor y el intercambio de humedad entre el suelo y la atmósfera”, explica Paul Filmer, director de programa de la NSF y uno de los investigadores del gobierno estadounidense que dio el aval para dar vía libre a esta investigación. “Los lagos extensos y profundos de alta montaña en Suramérica son muy escasos. Por eso, investigar a Tota es muy importante. Nunca se ha hecho un sondeo de este tipo”. Según Filmer, es de interés saber cuáles son los extremos climáticos que se podrían generar en un futuro en estas regiones. “Hay posibilidad de que dentro de esos sedimentos haya un registro de sequía o de tiempos mucho más húmedos. Es importante saber cómo cambió la región en respuesta a esos cambios. Esa información sirve para hacer planeación a mediano y largo plazo, para tomar decisiones acerca de lo que pasa con la cubierta de suelo, para crear políticas de manejo de aguas, y ese tipo de cosas”. El objetivo final de la NSF es hacer un mapa de relaciones climáticas entre las regiones del mundo, donde se puedan incluir estudios de las zonas neotropicales del hemisferio norte de Suramérica, datos que en este momento no tienen y que el proyecto en Tota espera proporcionar. Pero esa es una investigación de largo aliento; los resultados, luego de los análisis en los laboratorios, pueden demorar entre dos y tres años. La primera expedición científica realizada en el Lago de Tota fue la Comisión Corográfica de Agustín Codazzi entre 1850 y 1859. Desde entonces se presume que el lago podría haber tenido 25 metros más de profundidad que la actual, y que tendría un origen glacial de cerca de 14 mil años; pero esa información no está científicamente comprobada. Sean cuales sean los datos producto de las perforaciones en el lago de Tota, los expertos internacionales esperan que ayuden a prepararnos para un futuro incierto bajo las nuevas reglas del cambio climático. Seguramente los dioses muiscas aprobarían el plan.
Las muestras de sedimentos que se extraen del fondo del lago guardan información sobre la temperatura, concentración de nutrientes, metales y nivel de acidez del agua en diferentes épocas del pasado
"EL LAGO PUEDE TENER AL MENOS 100 METROS DE SEDIMIENTOS: ASI QUE ESTUDIANDO LOS NUCLEOS COMO SI FUERAN LAS HOJAS DE UN LIBRO. PODRIAMOS CONOCER SU HISTORIA DESDE HACE APROXIMADAMENTE 100 A 200 AÑOS ATRAS."
El 22 de abril de 1918, la tripulación del barco alemán Prinz August Wilhelm, que por entonces atracaba en Puerto Colombia, municipio del Atlántico, ejecutó la orden de hundir la nave. Orden que provenía desde una Alemania que empezaba a ser consciente de que perdería la Primera Guerra Mundial, y cuyo propósito principal era evitar que la nave cayera en manos enemigas. Siete meses después, el 11 de noviembre, la guerra llegaría a su fin, y los restos de este barco no tendrían mayor relevancia en los acontecimientos posteriores. Dos años y medio antes de su hundimiento, el 1º de agosto de 1914, “el Alemán” —como se le conoce en Puerto Colombia— había llegado a aguas colombianas, específicamente a Santa Marta y luego a Puerto Colombia, el 12 de noviembre de 1915, amparado por la comunidad alemana que para la época comenzaba a arraigarse en Barranquilla. Eran muchos los barcos que arribaban al municipio atlanticense, donde un muelle de 1219 metros de longitud mar adentro, que era orgullo de la infraestructura suramericana, servía como puerta de entrada para inmigrantes de todas partes del mundo. Así que la del Prinz August Wilhelm no es una historia nueva. No por eso deja de llamar la atención.
Hasta ahora, la mayoría de curiosos solo había visto el Prinz en postales o planos con más de un siglo de antigüedad. Pero ahora un equipo de investigación, conformado por historiadores y arqueólogos, liderado por Juan Guillermo Martín, del grupo de investigación Memorias del Caribe profesor de Historia de Uninorte, emplea una técnica novedosa para recorrer los restos de la nave: la tecnología multihaz, que permite recrear una imagen tridimensional del lecho marino. ¿Por qué lo hacen justo ahora? Porque luego de 100 años del hundimiento de un barco, este pasa a convertirse en patrimonio de la nación y los investigadores esperan conservar lo que más se pueda de este pedazo de la historia colombiana. Así que había mucha expectativa. Con el equipo multihaz instalado en un pequeño bote en medio de la bahía de Puerto Colombia, a no muchos metros de la punta del viejo muelle al que ya poco le queda de la gloria de otros tiempos, los investigadores se ubican en el lugar exacto del naufragio (a 10 metros de la superficie); preparan los pormenores para la inmersión y se alistan para lo que será la primera vez que en Colombia se utiliza esta tecnología para una investigación de arqueología submarina. Trazos de colores vivos empiezan a dibujar en la pantalla del computador una imagen cada vez REVISTA INTELLECTA 29 más nítida, ya casi reconocible. Todos saben lo que buscan y eso obviamente hace el trabajo mucho más fácil. Aun así, hay emoción en el ambiente cuando el Prinz August Wilhelm toma forma. Cuesta mantener a raya las expectativas, aunque también puede ser que la opresión en el estómago sea producto del sube y baja constante del oleaje. Elías Blanco y su hijo Julián, de Bathymetric Solutions, han conseguido dibujar un mapa preciso de los restos del buque sobre el lecho marino. Ahora sí, el profesor Martín y el también arqueólogo Eduardo Roa se preparan para sumergirse; con ellos baja el fotógrafo Santiago Estrada. Hizo falta esperar casi diez meses para que las condiciones climáticas fueran favorables, aunque el mar se ve picado. Bajo el agua hay dos consignas claras: la seguridad es lo primero y el tiempo es oro.
Antes de lanzarse al mar revisan el equipo y el plan a desarrollar, pues allá abajo la visibilidad será poca y es necesario tener presente la ubicación. También se ponen de acuerdo en señales que usarán en caso de emergencia. Cargan con lo necesario para la labor arqueológica: cintas métricas, elementos para tomar nota, cámaras. Un último repaso a los planos del Prinz y todo listo. Se sientan en el borde del bote, y de espaldas al mar se van dejando caer uno a uno. Nadan hasta la boya que señala el punto de inmersión; una vez allí, desaparecen. En los tanques llevan oxígeno para una hora.
Orgullo alemán
Mucho antes de todo aquello, el Prinz August
Wilhelm había sido el orgullo de la marina civil
alemana. Nombrado en honor a uno de los hijos del
Káiser, hacía parte de la flota de la Hamburg-American
Line, empresa nacida en 1847 que tenía como
objetivo incursionar en el naciente sector de los
cruceros de lujo. Su ruta entre Nueva York y Costa
Rica incluía escalas en Cartagena, Puerto Colombia
y Santa Marta.
Lo que se sabe del Prinz y su historia se debe
en gran parte al esfuerzo de Álvaro Mendoza y
Enrique Yidi, dos barranquilleros enamorados del
pasado, intrigados con el misterio de esta nave.
Durante años se dedicaron a recoger información
mientras intentaban frenar el expolio al que venía
siendo sometido. “Veía lanchas sacando objetos y
piezas que después eran vendidas en ferreterías o los enviaban a China para vender como chatarra”, contó Yidi. En 2014, como fruto de su investigación, publicaron el libro De la gloria al olvido, que recopila la información encontrada.
En ese punto, la Universidad del Norte, en
cabeza del arqueólogo Juan Guillermo Martín,
recoge el testigo y plantea un ambicioso proyecto
de investigación que aúne exploración subacuática,
registro fotográfico y diagnóstico oceanográfico
de las condiciones en que se encuentran
los restos, así como una investigación histórica
acerca del buque y sus circunstancias, mucho
más exhaustiva en los archivos del país, y que
cuenta con la intervención del historiador José
Manuel Espinosa, profesor de Uninorte.
Entre 1903 y 1906, el Prinz estuvo cubriendo
la ruta Hamburgo-Le Havre-La Coruña-La Habana-
Veracruz-Tampico. A partir de 1906 conectaría
Nueva York con Costa Rica, en un recorrido
que incluía escalas en Puerto Principe, Colón, La
Habana, Kingston y también Cartagena, Puerto
Colombia y Santa Marta. En 1914, el estallido de la
Primera Guerra Mundial le sorprendería en Jamaica.
El aviso del gobierno alemán fue que todos sus
buques civiles pasaran a resguardarse en puertos
neutrales. Fue así como llegó el Prinz a Colombia.
Luego de que se le brinda
asilo en el país, los ingleses y
los norteamericanos empezaron
a presionar al gobierno colombiano
para que vigilase el barco.
“Hubo mucha correspondencia
entre el gobierno norteamericano
y el colombiano con respecto a
un posible espionaje por parte de
la tripulación del Prinz, a través
de las líneas telegráficas”, afirmó
Espinosa. Así mismo, añadió que a
pesar de no ser información corroborada,
la historia del barco espía
se ha convertido en una leyenda
urbana en Puerto Colombia.
La guerra se prolongaría tres
años más, y mientras el Prinz esperaba
un desenlace amarrado en el
muelle, la tripulación que había
quedado a su cargo, empezaba a
hacer vida en la localidad. Algunos
de ellos incluso se quedaron en
este municipio para siempre,
después de finalizada la guerra (ver
recuadro pág. 32).
Aunque el hundimiento del barco de vapor
Prinz August Wilhelm ocurrió hace casi 100 años,
su historia todavía vive en las calles de Puerto
Colombia. Los descendientes de dos de sus tripulantes
(Frank Capell, segundo oficial al mando,
y Josef Sperer, uno de los marineros) dan vida
a esa historia cada vez más lejana. Ambos
hombres decidieron quedarse en el municipio,
donde trabajaron, se casaron, tuvieron sus hijos
y vivieron el resto de sus vidas.
Adolfo es el penúltimo de los ocho hijos
que tuvo Frank Capell con su esposa tubareña,
Raquel Mendoza. Él conoció a su padre
por poco tiempo, ya que era muy niño cuando
este murió a los 79 años de edad; así que los
pocos recuerdos que aún conserva son alimentados
por las historias que sus hermanos mayores
le contaban de él y del “Alemán”, el barco que,
según le contaron, su padre sacó de Santa Marta
y llevó hasta Puerto Colombia en el marco de la
Primera Guerra Mundial.
“Ese barco lo cogieron detenido y lo
llevaron a Santa Marta, donde murió el capitán;
entonces el segundo oficial, que era mi papá,
recibió órdenes de Alemania para que hiciera
lo posible y se llevara el barco. Hay muchas
cosas que no son ciertas; pero yo les creo a mis
hermanos porque las historias se las contaba él”,
dice Adolfo Capell.
Adolfo también contó que su padre se dedicó
a diferentes oficios una vez decidió establecerse
en tierras colombianas. Trabajó en la Cervecería
Águila y como profesor en el Colegio Americano
de Barranquilla. Además de sus recuerdos e historias,
Adolfo aún conserva dos cosas de su padre:
una fotografía en blanco y negro en la que se ve
el buque alemán sobre las aguas de algún puerto
desconocido, y un cuadro de su padre, en el que
posa vestido con su uniforme de marino a los 18
años de edad.
Otro descendiente de los alemanes es Gabriel,
de 53 años, nieto de Josef Sperer. Tenía 5 años
cuando su abuelo murió, pero sabe que este había
salido de Múnich a los 21 para zarpar hacia tierras
del Caribe. Una vez en Puerto Colombia y tras el
hundimiento del vapor alemán, se convirtió en
pescador. También se dedicó a hacer pequeñas
embarcaciones y se casó con Carmen Jiménez, con
quien tuvo dos hijos.
Actualmente, Gabriel es albañil y realiza réplicas
de barcos, entre ellos, la del Prinz August Wilhelm;
durante semanas talla cuidadosamente madera de
cedro para convertirla en detallados navíos que
vende en la plaza de Puerto Colombia a los turistas.
Al rescate del patrimonio
A los cincuenta minutos de haberse sumergido,
un chapoteo avisa que los buzos están de vuelta.
Las condiciones abajo no eran del todo buenas, la
fuerza de las corrientes los han obligado a esforzarse
más de la cuenta en el buceo y ha hecho que
consuman el oxígeno rápidamente. Sin embargo, ha
valido la pena. Por fin se encontraron cara a cara
con el Prinz. “Una cosa es oír sobre su historia o
leerla en los libros y otra muy distinta es poder
palparla”, dijo Martín.
El barco tiene un proceso de deterioro importante.
Según el arqueólogo, “está cubierto totalmente de coral,
pero se puede ver que ha sido vandalizado con mucha
intensidad. Todos los elementos de bronce y cobre han
sido extraídos. El proceso de corrosión del barco ha
venido debilitando la estructura. Los tres pisos que tenía
han ido colapsando por el paso del tiempo, haciendo
imposible el acceso a muchos lugares”, señaló.
La saqueada del barco tampoco es una
novedad, a lo largo de los años muchos de
los objetos que tenía dentro han ido desapareciendo:
ceniceros, cubiertos de plata,
cerámicas decoradas, primorosas tazas de
porcelana y cerámica que en la actualidad
adornan algunas de las casas porteñas.
Las inmersiones continuarán.
Martín tiene pendiente realizar algunas
más para precisar detalles del naufragio
y compararlos con la información
reciente que ha encontrado Espinosa en
su investigación histórica. El propósito de
ambos es claro: recuperar y difundir el
patrimonio cultural marítimo de Puerto
Colombia. La mitad de la historia de este
municipio se encuentra bajo las aguas
del Caribe.
Es un pequeño Amazonas. Un río de cientos de vertientes, unas más humildes que otras, que desde hace 12 millones de años y a lo largo de 1500 kilómetros, carga con la personalidad geológica, climatológica y antropológica de todo un país, para desecharla sin miramientos en el mar Caribe. Su desembocadura, que antiguamente formaba un abanico de islas y múltiples bocas móviles que abrazaban kilómetros de la costa atlántica colombiana, es hoy un único pulso de agua salobre encajonado entre tajamares. El potente chorro, visto desde el espacio como una gran coma rosácea, descarga en promedio 7670 metros cúbicos de agua por segundo y 198 millones de toneladas de sedimentos al año porque horada un lecho de roca que se derrite fácilmente. De hecho, la concentración de esos sedimentos en suspensión está entre las 15 más altas del mundo —con todas sus implicaciones—, y en ese sentido el Magdalena es más parecido al Yangtsé chino. Aunque los primeros 20 km desde la boca hacia adentro tienen más intervenciones que cualquier otro río colombiano, y aunque el cuerpo del bajo Magdalena ha sido analizado con relativo detalle –la Universidad del Norte, entre otros centros de estudios, lleva tres décadas haciéndolo en las cuencas inferiores- prácticamente nadie se había puesto a la tarea de hacer mediciones directas de su sedimentación, turbidez, cambios de caudal y otras variables geoquímicas, físicas y biológicas en medio mismo de su famosa desembocadura, Bocas de Ceniza. Eso cambió hace cuatro años, cuando el Grupo de Investigación en Física Aplicada de Uninorte, con el apoyo del Instituto de Geociencias de la Universidad de Kiel y el Instituto Senckenberg en Alemania, más el Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas en Cartagena, decidieron comenzar a entender a fondo la ciencia básica del diálogo que existe entre el río, su boca, su fondo, el océano, la atmósfera y la costa —y su respuesta a las variaciones naturales y antropogénicas del entorno—. Si el conocimiento es poder, este tipo de estudios nos permitirá en un futuro vivir con el río, y no en contra de él, en un medioambiente expuesto a la erosión e inexorablemente regido por los extremos del cambio climático.
…SÉ LO QUE DICEN
TODOS LOS RÍOS.
TIENEN EL
MISMO IDIOMA
QUE YO TENGO.
Pablo Neruda
Uninorte abre nuevas fronteras en el estudio
de la compleja relación entre los elementos y
fuerzas que rigen la cambiante desembocadura
del río Magdalena y sus implicaciones para el
futuro de la región.
Durante los tres años de trabajo, entre 2012 y 2014, que constituyeron la primera etapa del estudio, varios profesores y estudiantes del grupo de investigación en Física Aplicada se embarcaban regularmente en un bote de 25 metros de eslora, acondicionado para tareas oceanográficas. No es fácil estudiar in situ la garganta de un río donde convergen el agua dulce que sale con el agua salada que entra; una lucha de poderes que se traduce en corrientes enloquecidas, olas encontradas y la desdicha de los investigadores propensos al mareo. “El oleaje en la desembocadura del Magdalena es el tema más complicado porque es muy intenso, y debido a la refracción que producen los tajamares, viene en múltiples direcciones”, describe el profesor Juan Camilo Restrepo, doctor en ciencias del mar, en una de varias conversaciones con un acento paisa que cinco años de vivir en Barranquilla no han podido borrar. “En esas condiciones las mediciones en Bocas de Ceniza son desafiantes porque la embarcación se mueve intensamente, hay mucho ruido, los que manejan los equipos están muy cerca de la borda y todo tiene que ser muy coordinado con el capitán para que las mediciones sean válidas y la localización por GPS de cada parada sea exacta; algunos se marean, otros se tambalean y el trabajo es muy arduo, especialmente cuando el sol es fuerte”, añade Restrepo, cuya experiencia en materia de oceanografía física fue puesta en práctica durante la primera Expedición Científica Colombiana a la Antártida, en 2014-2015. Allá, en pleno estrecho de Gerlache, enguantado y enmascarado hasta la coronilla y sometido a los fríos insultos del océano Austral, realizó similares tomas de datos para varios proyectos internacionales. Y mientras las salidas de campo antárticas se realizaban al lado de glaciares azul pastel, las del abrasador estuario del Magdalena comenzaban siete kilómetros río adentro, terminando tres kilómetros en mar abierto, en sesiones de varias horas seguidas, con los investigadores repartiéndose las tareas de capturar los signos vitales del caudal.
Cada 500 metros, por ejemplo, se hacían perfiles verticales con el CTD, un instrumento básico en oceanografía que mide continuamente la salinidad, temperatura, presión, profundidad y densidad de la columna de agua. Algunos CTD son tan rápidos que miden cada una de estas cantidades hasta 24 veces por segundo, lo cual suministra una descripción muy detallada del agua que está siendo examinada. Simultáneamente, alguien medía la concentración de los sedimentos suspendidos en el agua arrojando por la borda un aparato del tamaño de una linterna de celador. Llamado Optical Backscatter Sensor, el artilugio funciona emitiendo haces de luz infrarroja y detectando cómo esta radiación es dispersada y reflejada por las partículas (el tamaño, forma y composición de cada partícula arroja un valor distinto que es recogido por el sensor). De tal manera que el cieno, los limos, las arcillas, los metales disueltos y las partículas orgánicas de lo que haya en el agua, pueden ser catalogadas fuera de toda duda. Al mismo tiempo que los científicos embarcados, otro grupo con más suerte (o menos, según como se le mire) permanecía en una estación fija a la altura del barrio Las Flores, ocho kilómetros río arriba, midiendo los mismos parámetros cada dos horas, tomando muestras de agua y sedimento en el mismo intervalo; y enviando pulsos acústicos con un correntómetro Doppler para monitorear la velocidad de las corrientes.
"ESTE ES UN RÍO CON MÚLTIPLES ESTADOS DE ÁNIMO. CONOCER A FONDO LO QUE HAY DETRÁS DE ESOS CAMBIOS DE HUMOR ES ESENCIAL PARA ENTENDER CUÁL ES SU VERDADERA NATURALEZA, Y PODER FORJAR UNA RELACIÓN A LARGO PLAZO QUE BENEFICIE AL RÍO, A LA VIDA QUE LLEVA ADENTRO Y A LA GENTE QUE LO USA."
El río comienza a hablar
Después de tres años de todo este quebrarse la espalda, el Magdalena comienza a hablar. Dice, por ejemplo, que es él quien aporta la mayor cantidad de agua dulce y de sedimentos al mar Caribe. Esto último tiene implicaciones para la cadena trófica (o alimenticia) de todo lo que hay allí, porque suspendidos entre esos sedimentos —o adheridos a ellos— vienen tanto los nutrientes que comen los microorganismos, como los contaminantes que los matan. Por eso, descargas de la magnitud del Magdalena atraen la atención mundial.
Más específicamente, esas arcillas están revelando que durante los últimos 20 años sus cambios de caudal y transporte de sedimentos han sido sumamente pronunciados. Las causas son múltiples, incluyendo El Niño, La Niña, otros patrones cíclicos oceanográficos y las enormes diferencias de temperatura entre la superficie del Caribe/Atlántico y la del Pacífico, que a su vez son responsables de lluvias torrenciales o sequías abrasadoras en la cuenca. Y estos extremos, cada vez más típicos en esta nueva era antropogénica y sus gases efecto de invernadero, impactan un montón de variables, que van desde la navegación hasta la deforestación, la erosión en sus orillas y la dinámica de las corrientes submarinas frente a la costa del norte de Suramérica.
En otras palabras, este es un río con múltiples estados de ánimo. Conocer a fondo lo que hay detrás de esos cambios de humor es esencial para entender cuál es su verdadera naturaleza y poder forjar una
relación a largo plazo que beneficie al río, a la vida que lleva adentro y a la gente que lo usa.
“Nos hemos concentrado en la desembocadura del Magdalena por varias razones”, me dice Restrepo una tarde en que puedo ver por primera vez las legendarias Bocas de Ceniza desde lo alto de un edificio de apartamentos. El día es brillante y alcanzo a distinguir la raya del tajamar occidental separando el agua rojiza-parda del río, de aquella azul del mar Caribe. En la distancia, la eterna pelea entre el agua de diferentes densidades ofrece una placidez engañosa
La obra de ingeniería, un orgullo nacional de la primera mitad del
siglo XX, es colosal porque ese tajamar se extiende 7,5 kilómetros
mar adentro. En su titánico intento por evitar la formación de una
barra de arena, típica de estos sistemas, pretende ser una pared divisoria
entre dos mundos líquidos. Lo cierto es que la obra modificó por
completo la dinámica de esta zona del litoral, y la hizo muy sensible
a cualquier cambio marino. Pienso en los 17 a 35 días que le toma a
una gota de agua llegar hasta aquí desde el Páramo de las Papas, y
todo lo que verá a lo largo de su camino. Este río y sus sedimentos son
como una argamasa que une a la historia con la geografía del país, y
que apenas comenzamos a interpretar.
“Barranquilla es lo que es gracias al Magdalena. Y parte de su futuro y evolución dependen de lo que le pase no solo al río sino al delta en general”, opina el investigador. “El delta es un concepto que la gente tiene difuso. Queremos mostrar —no solo a la gente en general, sino a la empresa privada y a los funcionarios públicos— cuál es el verdadero comportamiento de esta desembocadura y cuál es su legado histórico: en su forma natural, el delta del Magdalena va desde la Ciénaga Grande de Santa Marta hasta uno de los brazos del Canal del Dique, en Barú. Es decir, ¡ocupa medio litoral Caribe colombiano!”.
Como cabeza de serpiente
Cuando es libre de impedimentos, la boca de un río se mueve en el tiempo y el espacio como la cabeza de una serpiente. Hace unos cuantos siglos, la desembocadura del Magdalena estuvo en el Canal del Dique; después migró hacia Tubará, en el Atlántico, luego se movió hacia Ciénaga Grande, de ahí al kilómetro 19 (o Cuatro Bocas), y finalmente pasó a donde está hoy. Hace cien años la comenzamos a intervenir y ahora esa boca solo tiene dos lenguas, comparada con las decenas que pueden tener el Nilo o el Mississippi, para no mencionar al Amazonas.
Según los científicos, hay quienes hablan del ‘megadelta’ del Magdalena, en épocas de su pasado geológico cuando el abanico de islas y ciénagas era verdaderamente gigantesco. “En eventos de Paleo Niño su caudal debió haber sido enorme, pero este es un tema muy poco explorado y sería relevante comenzar a estudiarlo”.
Estudiar paleodescargas es justamente lo que se pretende hacer, si Restrepo se sale con la suya. El plan es eventualmente involucrar a universidades de Alemania y Colombia para sacar núcleos de los muchos metros de sedimentos y de las rocas del lecho del río, para leerlos como los anillos de un árbol, y hacer modelos de computador. Para eso se utilizaría un buque perforador similar a los usados en la industria petrolera, ya que las tasas de sedimentación en la boca del Magdalena son tan altas, que dos metros de sedimentos apenas corresponden a un par de años de historia, y el núcleo posiblemente tendría kilómetros de largo, la probable distancia entre la superficie del lecho del río y su basamento rocoso.
Esos núcleos nos dirían finalmente cuál ha sido el impacto neto del hombre sobre el comportamiento del río, teniendo en cuenta que el Magdalena ha estado habitado desde hace 10.000 años (y no desde 1501, como se tiende a pensar, cuando fue avistado por el explorador español Rodrigo de Bastidas). Ese conocimiento es un arma crucial para definir nuestra forma de usar el río en el futuro.
Regresando al Magdalena del presente, la lectura de los sedimentos le dio al grupo de Uninorte otro dato importante: “Hallamos que a partir del año 2000 se ve reflejado todo el efecto de la deforestación que ha ocurrido en la cuenca”, explica el profesor. “Las características de los sedimentos cambiaron: se pusieron más finos porque el suelo queda expuesto, los procesos de meteorización (o descomposición de las rocas) son más intensos y el material que llega finalmente al cauce es más fino y pequeño. Entonces, aparte de ser un indicador de la magnitud de los procesos de deforestación que se presentaron en los últimos 30 años, los sedimentos finos son una señal de alarma, porque son cohesivos y tienen unas propiedades eléctricas particulares que hacen que los iones se adhieran a ellos, así que atrapan muchas más sustancias contaminantes que van a llegar a la desembocadura y se van a depositar en el estuario, en el delta y en las zonas costeras”.
Imagen de la época prehispánica del lecho marino de la desembocadura del Magdalena.
‘El agua no es boba’
Eso, por un lado. Por el otro, está la cuestión de la circulación hidráulica. Como este es un sistema donde se mezclan el agua dulce con la salada, las diferencias de densidad producen una circulación de dos capas: por encima, el agua dulce que sale, y por debajo, la más pesada agua salada, que quiere entrar. Y, puesto que ahora el caudal de la desembocadura está dentro de una camisa de concreto, el agua sale con mucha fuerza, como la de una manguera que es pinchada con el dedo. Ambas cosas unidas plantean unas condiciones especiales de circulación.
“Eso tiene connotaciones prácticas específicas porque ahí cerca hay una bocatoma de acueducto, y hay ocasiones en el año en que el agua que recogen ahí es salada”, dice Restrepo. “Para ese tipo de empresas ese conocimiento sería importante, ya que les daría una idea de dónde, exactamente, colocar las bocatomas”.
En un estudio publicado a mediados de 2015 en el Journal of Coastal Research, el grupo de expertos presentó unos modelos experimentales para determinar la penetración máxima de la cuña salina bajo diferentes escenarios de caudal. Según el estudio, cuando los caudales son muy fuertes, por encima de 7000 metros cúbicos por segundo, la velocidad máxima es en la capa superior, y más lenta en el fondo.
“El agua no es boba: cuando la encajonan, el agua dulce entonces sale por arriba y adquiere mucha velocidad”. Y el agua salada, que está abajo, entra menos y más despacio. De la misma forma, cuando la velocidad del caudal baja a menos de 3 mil metros cúbicos por segundo, el agua salada del fondo adquiere más fuerza para penetrar hasta el río. Se han detectado cuñas de agua salada hasta de 20 km río arriba, mientras que el abanico de agua dulce que penetra mar afuera ha llegado hasta los 365 km, cubriendo un área de 126 mil km2.
“Pero además, esa cuña salina tiene un efecto muy importante en la forma como se distribuyen los sedimentos en la desembocadura”, ilustra Juan Camilo Restrepo haciendo una serie de dibujos sobre un papel, que me esfuerzo por seguir. “Porque a los sedimentos lo que los mantiene en suspensión son las fuerzas verticales, es decir, la turbulencia. Y esa turbulencia depende de la fuerza que lleva el agua. Entonces, cuando le toca frenar, el agua suelta todo lo que tiene, y se forma algo que nosotros llamamos zonas de máxima turbidez, que pueden penetrar hasta 5 km más allá de la desembocadura. Allí se
forman nubes de sedimento con concentraciones entre 5 mil y 11 mil miligramos por litro, que se acumulan formando esas barras, que son el dolor de cabeza para los proyectos de desarrollo portuario”.
En la época prehispánica el delta del Magdalena era inmenso y se movía libremente como la cabeza de una serpiente. Hoy en día el satélite Landsat nos muestra su constreñida desembocadura, depositando toneladas de arena sobre el Caribe.
Es claro que cuando hay poco caudal, como durante las recientes sequías del Magdalena, es mala noticia porque los sedimentos se concentran sobre los últimos kilómetros del canal navegable. Cuando hay mucha lluvia río arriba, estos se acumulan a la salida del canal, sobre aguas más profundas, y “esto a medio y largo plazo es una amenaza real”. Hasta el punto de que en los últimos 25 años el grupo encontró que el canal que conecta a Bocas de Ceniza con el cañón del Magdalena se ha estado rellenando de manera progresiva. La Niña de 2010-2011 puso literalmente su grano de arena en este frente deltaico, depositando la friolera de 22 metros anuales. Es cuando viene la pregunta filosófica del siglo: ¿dragar o no dragar? El asunto es complejo porque al quitar arena del fondo se le está facilitando el trabajo a la cuña salada para que penetre. “El tema del dragado funciona por un tiempo muy limitado, pero el río siempre va buscando un equilibrio. No es una solución definitiva”. Especialmente en un río con un régimen hidrológico enloquecido. “No es normal que en el mes de agosto, cuando los niveles deben estar altos, la Dirección General Marítima sacara una alerta por peligro de encallamiento. Esos son síntomas de alarma que indican que ese régimen está cambiando. Y la razón fundamental de ese cambio es la variabilidad climática. No hablo de cambio climático porque la información que tenemos de nuestros sistemas en Colombia es poca, solo de 40 años, entonces técnicamente nos faltan datos para hablar del verdadero cambio climático”.
Río Magdalena se une al
Global Rivers Observatory
El proyecto Global Rivers Observatory, con sede en el célebre Instituto Oceanográfico de Woods Hole, WHOI, en Massachusetts, es un ambicioso programa para medir la composición química del agua de los principales ríos de la Tierra. El proyecto busca entender qué cambios están ocurriendo en las cuencas y cómo las cosas pueden variar en el futuro para el río y las formas de vida que dependen de él.
De la misma forma en que la salud humana puede evaluarse analizando la química de la sangre, la salud de una cuenca puede determinarse por la química de su agua. Así, los científicos de WHOI se han unido con colegas de todo el mundo para investigar el estado de las desembocaduras de 19 importantes ríos. El Magdalena es el más nuevo de la lista, gracias a una colaboración con Uninorte, que inició en el primer trimestre de 2016.
“No teníamos contactos en el norte de Suramérica, una de las regiones del mundo donde no habíamos podido recoger información. Pero ahora, el río Magdalena abre un nuevo capítulo para el observatorio global”, dice el geoquímico del WHOI Bernhard Peucker-Ehrenbrink. Los investigadores de ambas organizaciones pondrán una serie de instrumentos fijos en la estación de Calamar, que periódicamente tomarán información geoquímica detallada de todo lo que hay disuelto en el agua. Esos datos serán luego integrados con las características hidrológicas, geológicas, morfológicas y climatológicas de la región, derivadas de mapas GIS que se analizan y completan in situ.
“Hemos notado los efectos del cambio climático en las bocas de los ríos del mundo”, dice Max Holmes, director del Observatorio. “En un río del ártico medimos el carbono orgánico disuelto en el agua. ¡Y resultó ser de 20.000 años de edad! Eso significa que ese carbono en la muestra es resultado del derretimiento del permafrost, que durante milenios estuvo congelado en el subsuelo, hasta que el calentamiento lo comenzó a liberar”.
Alma submarina La aventura del Magdalena inicia en las alturas del célebre páramo donde nace, pero no termina en Bocas de Ceniza, sino 4000 metros bajo la superficie, en las profundidades abisales del cañón del Magdalena, del cual poco se oye hablar. En realidad, si uno pudiera quitar el agua del Caribe frente a Suramérica, vería un paisaje tan complejo como cualquier sistema montañoso terrestre: canales, fallas, valles, crestas, quebradas. También vería vastos campos de sedimentos que han rellenado brechas antiquísimas en el lecho oceánico: hasta aquí abajo, rodando por una pendiente de 40 grados, ha venido a dar el alma del Magdalena. La idea con la construcción de los tajamares era aprovechar que la plataforma continental colombiana es estrecha, y hacer que la desembocadura se alineara con el cañón, para que todos los sedimentos cayeran al abismo. “Y la mayoría se va. Pero estamos hablando de que este río dispara al mar 142 millones de toneladas al año. ¡Eso es una cosa bárbara!”, remata Restrepo con un gesto de asombro. “De esos 142 millones, unos 7 se quedan en Bocas de Ceniza, y eso es igualmente brutal”. Los estudios del grupo de investigación en Física Aplicada de Uninorte sobre la desembocadura del río Magdalena (junto con los del IDEHA, pág. 51) son prácticamente los más profundos que se han hecho con datos abiertos y disponibles. Empresas de dragado en Estados Unidos y España ya han escrito pidiendo datos, y ahora el grupo planea las siguientes fases del trabajo. “Pasamos una propuesta a Colciencias para irnos a hacer mediciones de turbulencia y floculación (o coagulación de los sedimentos), que requieren equipos especiales. Y queremos llevar el tema de modelación que hicimos de cuña salina y transporte de sedimento a todo el litoral del Atlántico, para proponer soluciones y ver qué hacer con la desembocadura, porque eso es lo que la gente nos pregunta. Queremos además tratar de conectarnos con el sector privado e institucional. Que la industria nos plantee sus preguntas y nosotros tratar de llegar a un punto medio, aterrizar las cosas y hacer algo inmediatamente útil”. Pablo Neruda decía que los ríos tenían su mismo idioma. Indudablemente, para Juan Camilo Restrepo y sus colegas, el Magdalena les habla en el idioma de la ciencia.
ADIESTRADORES DE CAUDALES
Humberto Ávila Rangel es un ingeniero civil con doctorado en hidráulica y magister en recursos hídricos, que no ha perdido la mirada de ambientalista y el alma multidisciplinaria. En el primer minuto de conversación, Ávila enfatiza que la visión de las investigaciones y consultorías del Instituto de Estudios Hidráulicos y Ambientales, IDEHA, incluye mucho más que ingenieros y ciencias básicas. “Nuestros proyectos tienen en cuenta a geólogos, oceanógrafos, ingenieros, hidrólogos, modeladores, ambientalistas, biólogos, economistas, abogados y hasta expertos en relaciones internacionales”, dice Ávila sobre el IDEHA, que se creó hace 30 años, y del cual es su director. “Porque cuando uno mira un río con todas esas aristas, no hay una única realidad sino la de toda esta gente, sentada alrededor de una mesa, definiendo qué hacer con un río. Esa es una experiencia interesantísima”. Y esa es la cosa: qué hacer con el Magdalena. ¿Cómo tratarlo en esta nueva era de variabilidad climática donde impera la polaridad entre sequías más abrasadoras que duran más tiempo y están más cercanas entre sí, o lluvias torrenciales que anegan las planicies con cada vez más ímpetu y frecuencia? ¿Cómo jugar con estas cartas a la hora de sugerir o apoyar proyectos productivos para el desarrollo del país, y especialmente la región que ocupa su delta? La forma de hacerlo es comenzar por conocer el río hasta la médula. El IDEHA lleva 20 años midiendo el ADN del Magdalena. Variables como caudales, niveles, velocidades, cuña salina, corrientes, transporte de sedimentos, y la respuesta del canal navegable (entre las afueras de Bocas de Ceniza y el puente Pumarejo) a cambios de todas ellas. Ávila y su equipo de trabajo han recopilado mediciones en el río y desarrollado modelos hidromorfológicos computacionales de última generación para tener una idea más clara del cuadro completo.
No todos los dragados son iguales Profundización por obras de entrenamiento y encauzamiento del río. Es decir, la que se genera al poner espolones. “Eso induce un dragado pseudo- natural porque genera condiciones hidrodinámicas que profundizan el río”. Dragado capital. Es algo más radical. Consiste en dragar muchísimo para llevar al río rápidamente a la condición que se quiere. Dragado de mantenimiento. Se hace para responder a las condiciones cambiantes de sedimentación, dragando un poco en ciertas partes. Entonces, “el objetivo de una concesión es cumplir con unos indicadores de profundidad, de ancho de canal, de radios de curvatura, etc., los cuales se obtienen con mantenimiento. Ese es el tipo de dragado a que se está sometiendo la desembocadura”.
El IDEHA ha llevado a cabo un gran número de proyectos de investigación
y consultoría para Cormagdalena, el departamento del Atlántico,
INVIAS, y otras entidades privadas asociadas con el río Magdalena.
“Por ejemplo, hemos tomado dos mil registros de caudales y transporte
de sedimento, y queremos consolidar todo eso para hacer una
publicación que evidencie más claramente cómo ha sido la evolución
del transporte de sedimento. Porque sobre la sedimentación del río
ha habido muchas hipótesis. Pero en realidad sucede que la capacidad de
transporte del río es la misma. No obstante, lo que sí ha cambiado en la
última década es el régimen de caudales, y eso genera a su vez cambios
en la forma y lugar donde se erosionan o depositan los sedimentos”.
Modelos y escenarios
El objetivo final de Ávila y su grupo es alimentar
modelos que expliquen cómo funcionan todas las
variables del sistema ribereño bajo distintos escenarios
de estrés ambiental; en otras palabras, el ‘qué
pasaría si…’. “Queremos saber cómo va a cambiar el
comportamiento del río con el cambio climático. Por
ejemplo, ahora se presentan caudales máximos con
más frecuencia, que duran más tiempo. Y cuando eso
pasa, la morfología del río cambia también. Si antes
le tomaba al río 10 años para moverse 30 metros,
bajo este nuevo escenario de caudales altos más
frecuentes eso lo puede hacer en dos años”.
El problema, añade Ávila, “surge cuando los
caudales altos y los bajos se mantienen durante
meses. Por ejemplo, en Calamar el nivel llegó a bajar
a 1,80 metros en febrero de 2016, es decir, un metro
por debajo del mínimo histórico, y se mantuvo así por
varias semanas. Fijamos un nuevo récord”.
En los próximos años de variabilidad climática no
podemos seguir con el mismo concepto de uso del
río. “Es necesario un cambio de paradigma y ver al río
en su dinámica completa, en su extensión y tiempo
de vida completos, porque el río no es solamente el
vaso de agua. Es eso, más su lecho mayor: el espacio
donde el río, en una escala de tiempo geológica, se
mueve e inunda con cierta periodicidad”, explica el
ingeniero enfáticamente. “Es decir, el río también son
zonas que tienen vegetación en tierra firme, que cada
tantas décadas se inunda de forma natural”.
Forzar al río a que haga lo que nosotros queramos,
sin tener en cuenta su dinámica natural, y la forma en
que el clima del futuro la va a afectar, es mala política.
“Porque si uno trata de hacer lo opuesto a lo que
el río va a hacer, con seguridad el mantenimiento va
a ser impresionantemente costoso. Hay que dialogar
con el río”.
Eso mismo es lo que hace un adiestrador
profesional de caudales.
"ES NECESARIO UN
CAMBIO DE PARADIGMA
Y VER AL RÍO EN SU
DINÁMICA COMPLETA, EN
SU EXTENSIÓN Y TIEMPO DE
VIDA COMPLETOS, PORQUE
EL RÍO NO ES SOLAMENTE
EL VASO DE AGUA."
"COLOMBIA ES EL PAÍS MÁS RICO EN AVES DEL PLANETA POR SU LUGAR PRIVILEGIADO. SEGÚN LA FUNDACIÓN PROAVES, LIDERA LA LISTA DE LOS MÁS BIODIVERSOS EN AVIFAUNA, ANTES QUE PERÚ Y BRASIL, CON 1921 ESPECIES EN 2015, DE LAS CUALES 54 SE ENCUENTRAN AMENAZADAS."
El programa Ecocampus presenta una primera guía de las aves que habitan Barranquilla, a partir de una investigación sobre las especies que frecuentan la Universidad. Los hallazgos se recogen en un libro que resume el tesoro emplumado de la región
dentificar en pleno vuelo las características físicas de un ave no es tarea sencilla. Quienes deseen hacerlo deben ser pacientes, esperar largas horas y observar detalles tan específicos como el plumaje o el canto del animal antes de definirlo como una especie o encasillarlo en una familia. Es una tarea que demanda paciencia, pero sobre todo mucha pasión. Algo de esto se ve en la película “The big year” (El gran año), basada en el libro homónimo del periodista Mark Obmascik, donde un grupo de aficionados por las aves se pelean el puesto por ser el máximo observador en un año. Recorren todo el mundo, van a lugares inesperados, incluso peligrosos, con tal de ganar la competencia que consiste en ver e identificar el mayor número de especies de aves en un solo año. Un ejercicio parecido sucedió en las más de 25 hectáreas que conforman la Universidad del Norte. Armados con binoculares y libretas de notas, los miembros de un grupo de investigadores del departamento de Química y Biología, en asocio con el programa ‘Ecocampus Uninorte’, salieron a las áreas verdes del campus: zonas deportivas, arbolado, plazoletas y un fragmento de bosque seco tropical que conserva la universidad dentro de sus terrenos. La tarea: observar y tomar nota.
En esta página arriba izquierda: azulejo (Thraupis glaucocolpa). Derecha: cotorra (Eupsittula pertinax). Abajo izquierda: bichofué (Pitangus sulphuratus)
La recompensa por su esfuerzo de más de un año de trabajo “de campus”, fue la identificación de 71 diferentes especies de aves que habitan en los terrenos universitarios. Una cifra importante, teniendo en cuenta que en los parques de Barranquilla se observa un promedio de 38 especies. El interés empezó en 2012, cuando la división de Ciencias Básicas y la Fundación Zoológica y Botánica de Barranquilla realizaron una investigación sobre la biodiversidad de la Universidad y las percepciones que la comunidad universitaria tiene de la naturaleza. “Con esta investigación se lograron identificar no solo aves, sino también los mamíferos, anfibios, reptiles y árboles que habitan en el campus”, aseguró Juanita Aldana, investigadora del departamento de Química y Biología de Uninorte. Sin embargo, el análisis de estos datos no quedó allí, la investigación dio como resultado la creación de un curso electivo sobre aves —Aves del Caribe colombiano— que se dictó en Uninorte con la colaboración Rafael Borja, profesor de la Universidad del Atlántico, y que tuvo como componente práctico la observación de las aves del campus.
De toches a guacharacasMuy temprano y al final de la tarde son los mejores momentos para realizar la observación, pues es cuando las aves están hambrientas y ocupadas en la búsqueda de alimento. Así que un grupo de estudiantes y docentes se reunió con una buena dosis de discreción, paciencia y suerte para analizar la apariencia, sonido, comportamiento y hábitat de estas especies. “La observación de las aves es clave para volvernos ciudadanos más conscientes en cuanto a nuestras actitudes, comportamientos y principios éticos respecto a la conservación de la naturaleza”, dijo Aldana.
En esta página Arriba: Papayero (Saltator coerulescens). Izquierda: Turpial - Toche (Icterus nigrogularis)
Los estudiantes, con el apoyo del personal del área de Servicios Generales, observaron las aves e ingresaron a zonas boscosas donde encontraron especies menos comunes. El proceso sirvió para darse cuenta de la necesidad de crear una guía, única en Barranquilla, que recogiera la información existente sobre las observaciones realizadas, características y comportamientos particulares del patrimonio emplumado de la Universidad. La guía, que hoy es una realidad, fue titulada como ‘Patrimonio emplumado de la Universidad del Norte’, y está basada en una exhaustiva investigación del campus y de la avifauna que en él habita. Organizadas por familias, la obra contiene la descripción de cada especie, su nombre científico, nombre común, nombre con el que se conoce en la costa Caribe colombiana, nombre en inglés, información sobre la distribución, hábitat, comportamiento, referencias culturales y fotografías de 42 especies de aves de las 71 que viven en esta zona.
"71 ESPECIES DE AVES FUERON IDENTIFICADAS EN EL CAMPUS DE UNINORTE, UNA CIFRA IMPORTANTE, TENIENDO EN CUENTA QUE EN LOS PARQUES DE BARRANQUILLA SE OBSERVA UN PROMEDIO DE 38 ESPECIES."Izquierda: bichofué (Pitangus sulphuratus). Derecha arriba: Gavilán pollero (Buteo magnirostris). Derecha abajo: Chupahuevos (Campylorhynchus griseus)
La gran diversidad de aves está relacionada con la vegetación que rodea y conforma el campus universitario, ubicado entre ecosistemas de bosque seco, muy seco tropical y los manglares de la ciénaga de Mallorquín. El campus cuenta con 707 especies de árboles que atraen a las aves entre los edificios y el movimiento continuo de decenas de personas que allí transitan. De las 30 familias halladas en el campus de Uninorte, los atrapamoscas (Tyranidae) es la familia con mayor número de especies (9), seguida por los tángaras (Thraupidae) con 8 especies. El ave más fácil de ver es el chupahuevos, que es común encontrarlo en los comedores y restaurantes al aire libre. Seguido por el bichofué, el azulejo glauco, la cotorra, el turpial amarillo o toche y el ajicero, especies que aprendieron a convivir con el ser humano en ambientes transformados. En las zonas más boscosas o restringidas se encuentran el trepador pico de lanza, el jacamar colirrufo, el barranquero, la guacharaca caribeña (ave endémica del Caribe colombiano), el batará copetón, el cuclillo migratorio, la perdiz y el verderón cejirrufo. La guía propone una nueva forma de acercarse a la naturaleza “Quien revise esta guía poco a poco se familiarizará con los tamaños, siluetas, colores y comportamientos de las aves que habitan el campus”, agrega Juanita Aldana. La próxima vez que se siente a almorzar bajo uno de los frondosos árboles del recinto universitario, alce la vista. Podría terminar descubriendo un nuevo vecino emplumado.
Las aves en el campus cumplen varias funciones
• Son polinizadoras de las flores, ayudan en la dispersión de las semillas y el control de los insectos. • Son embajadoras del mundo animal para procesos de educación ambiental y sensibilización de los ciudadanos en torno a la naturaleza. • Han sido modelos para probar teorías científicas sobre el comportamiento, la migración y la evolución, entre otras.
La guía ‘Patrimonio emplumado de la Universidad del Norte’ se puede descargar de forma gratuita en la página web de Uninorte.
María Cristina Martínez busca entre su colección de plantas prensadas y secas, ordenadamente dispuestas en lo que parece una biblioteca en un rincón de la división de Ciencias Básicas. La bióloga saca uno de los envoltorios y cuidadosamente lo coloca sobre sus rodillas, destapándolo. Es un trozo de planta con algunas hojas unidas a un tallo, acompañada de un rótulo con las coordenadas del lugar en las que fue recolectada, a qué altura y la fecha. A los ojos no entrenados, puede ser cualquier mata. Pero Martínez, que desde el pregrado se ha especializado en esta familia, reconocería sus características en cualquier parte. Este espécimen fue recolectado por ella misma. “Pertenece a la familia de las burseráceas, parientes de la familia del mango e incluyen las especies de las que se obtiene el incienso y la mirra”, dice la profesora del departamento de Química y Biología. “Se encuentran en todos los trópicos de Asia, África y América”. Aunque aún no ha recibido oficialmente el nombre de “herbario”, la colección de investigación de plantas de Uninorte va creciendo poco a poco. “Para ser considerada herbario, una colección debe cumplir una serie de requisitos que hemos venido logrando; nosotros actualmente tenemos unos 2 mil ejemplares, y apenas llevamos un año colectando”, explica Martínez, quien personalmente ha contribuido con varias especies de las burseráceas que reposan en los gabinetes. “Tenemos un énfasis muy grande en plantas del Caribe porque los proyectos que desarrollamos como universidad se dan en esta zona”.
Algunas de estas plantas no tienen aún nombre científico, por lo que el proceso a seguir es que cada planta quede en manos de un experto que se encargue de identificarla. “Tenemos que investigar. Ahí encontramos la evidencia de especies nuevas que pueden ser nombradas para la ciencia. Y ante todo, este es un repositorio de biodiversidad”. Biodiversidad que taxónomos en todo el mundo se afanan por clasificar antes de que desaparezca. Hasta el momento se estima que el planeta tiene aproximadamente 8,7 millones de organismos identificados con nombre científico. En lo que se refiere a plantas hay unas 450 mil especies descritas. Esta es una cifra que aumenta constantemente con los nuevos hallazgos de investigadores de todo el mundo, que siempre serán insuficientes si tenemos en cuenta la inmensidad del territorio planetario.
La ciencia de un herbarioAunque habrá quienes piensen que para descubrir nuevos organismos se necesita hacer grandes expediciones a lugares exóticos o recónditos del planeta, la verdad es que cientos de nuevas especies de plantas no identificadas están guardadas en gabinetes y archivadores que reposan en los herbarios a nivel mundial. Un herbario es como una biblioteca llena de libros. La tarea del bibliotecario es ojear el libro, identificar al autor, el título, año de publicación y editorial; entre más información recoja más se orientará al lector. El experto en plantas de un herbario realiza un trabajo similar al del bibliotecario, pero dada la complejidad de las plantas, las pistas no son tan fáciles de encontrar. Tampoco es sencillo mantener un herbario: por lo general estos repositorios cuentan con pocos recursos para el desarrollo de estudios y mantenimiento. Y no existen suficientes expertos que se encarguen de identificar nuevas especies de plantas. Hay que tener en cuenta que comúnmente los biólogos botánicos se especializan en las cualidades de una familia específica de plantas, o en las especies que crecen en una región. “Una de las primeras cosas que uno debe hacer al elegir el objeto de investigación es contactar a las personas que llevan tiempo estudiándolas”, señala Martínez. “En el caso de esta familia, el profesor Douglas Daly, del Jardín Botánico de Nueva York, lleva toda su vida investigándolas, especialmente un grupo (género) que crece en América y se encuentra en los bosques húmedos tropicales”. Cuando Martínez inició su tesis de pregrado decidió contactar a Daly por correo. El investigador estaba un poco sorprendido de que en Colombia una persona estuviera interesada en estudiar las burseráceas y la ayudó enviándole artículos y explicándole la necesidad que había de trabajar esa familia en el país.
“Cuando me gradué él me invitó a visitar el Jardín Botánico de Nueva York, y en ese momento mi perspectiva se abrió. En ese herbario hay colecciones de plantas de todo el mundo, incluida Colombia. Plantas que a veces nosotros mismos no tenemos bien identificadas, organizadas y en buen estado. Daly, a través de toda su trayectoria, ha reconocido y compilado muestras de burseráceas de muchas partes de Sudamérica que no encajan en ninguna especie ya descrita. Lleva unos 20 años organizando plantas similares en carpetas para posteriormente analizarlas y describirlas, cuando suficiente evidencia ha sido encontrada”. Desde entonces la profesora trabaja de la mano con Daly. Hizo su maestría con él y al finalizar el doctorado ambos retomaron el estudio de un grupo de plantas que es un poco complicado de analizar, porque cuando las personas las van a recolectar siempre encuentran las hojas, pero casi nunca las flores (que duran muy poco) ni los frutos (porque son alimento de la fauna). Para poder describir una especie y definir por qué es diferente de otras, se necesita la mayor cantidad de información posible. En ese aspecto las flores y los frutos son de gran ayuda. A finales de 2014, Martínez se dedicó a analizar algunas de las plantas que Daly tiene en Nueva York, y a ver cuáles, posiblemente, son nuevas o no han sido identificadas.
Herbarios de nuestro país y el mundo
Algunos en Colombia: • Herbario Nacional Colombiano, Universidad Nacional: 581,000 ejemplares (a nov. 2015) • Herbario del Instituto Humboldt • Herbario Amazónico Colombiano, mantenido por el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, Sinchi • Herbario Jardín Botánico de Medellín Los más grandes del mundo: • Museum National d’Histoire Naturelle (Francia) • New York Botanical Garden (Nueva York) • Komarov Botanical Institute (Rusia) • Kew Royal Botanic Gardens (Inglaterra) • Conservatoire et Jardin Botaniques de la Ville de Geneve (Suiza) • Missouri Botanical Garden (EE.UU.) • British Museum of Natural History (Inglaterra) • Harvard University (EE.UU.) • Swedish Museum of Natural History (Suecia) • United States National Herbarium (EE.UU.)
“En ese ejercicio nos dieron como 17 grupos distintos, todos de Colombia, la mayoría del Chocó y otros del Amazonas. Eso fue un indicador de que había algo por hacer, que llevaba muchos años guardado y que necesitaba ser investigado. Estuvimos durante 10 días intensos analizando con cuidado, e hicimos una matriz que incluía todas las características de las plantas”. Con ese ejercicio, Martínez y Daly describieron y publicaron siete nuevas especies, las que tenían características más completas y eran más sencillas de analizar. Sin embargo, es claro que todavía quedan más especies por descubrir, y que se requiere tiempo y dedicación para realizar el análisis y determinar cuáles plantas son nuevas para la ciencia. “Al publicar estas especies nuevas en una región de Colombia como el Chocó, es obvio que este grupo de plantas es muy importante en esa zona del país. Eso quiere decir que en esa región han evolucionado esas plantas por razones que necesitamos encontrar”, afirmó. Son pocas las personas que han visitado el Chocó para investigar sobre las burseráceas. Cuando visitaron los lugares donde fueron recolectadas esas plantas notaron que hay grandes obras de infraestructura. Por esto es muy posible que sean plantas extintas o que tienen una distribución más grande y deben ser buscadas en otras zonas más amplias. “Es común en la botánica que se describan especies 20 y 30 años después de ser colectadas y en ocasiones es lo único que queda de ellas. El desarrollo y las construcciones contribuyen a la desaparición de estos bosques y con esto impiden que existan estas plantas”, dice Martínez, quien recientemente obtuvo una beca Fulbright como profesora visitante en el Jardín Botánico de Nueva York, donde estará por seis meses profundizando su trabajo con el profesor Douglas Daly.
La tarde del 15 de septiembre de 2006, Juan Carlos Ortiz Royero
salió de su hogar en el barrio Recreo de Barranquilla hacia su trabajo en la Universidad del Norte, pero algo lo detuvo. Notó que de repente el cielo se había puesto gris y sintió la necesidad de regresar a su vivienda, con su esposa e hija recién nacida.
Horas después, luego de resguardarse de las fuertes brisas y el
intenso aguacero en el baño de su apartamento, vio los daños causados por el que ha sido, hasta ahora, el tornado más fuerte registrado en la historia de la ciudad: vidrios rotos, árboles caídos, colegios destechados, construcciones deshechas.
Ese suceso —además de un encuentro cercano con el huracán George, en 1998, cuando cursaba su doctorado en Puerto Rico— llevó al experto en oceanografía física, docente e investigador de Uninorte, a tomar la decisión de estudiar el fenómeno que, según los conocedores del tema, no tendría por qué haber sucedido nunca en esta parte del mundo. Así empezó a hacer seguimiento a la formación de tornados en el Atlántico.
Pionero en el área Cuando el profesor Ortiz le comentaba a otros científicos expertos en estos fenómenos, en principio la incredulidad se apoderaba de ellos, pues no podían creer que en un territorio como el departamento del Atlántico colombiano se formaran tornados. “En estas zonas cercanas al Ecuador no son típicos estos eventos”, explica Ortiz Royero, miembro del grupo de investigación en Física Aplicada. Lo común es que se formen en zonas ubicadas justo debajo de los trópicos, donde se encuentran las masas de aire frío que vienen del Polo y las masas de aire caliente que vienen del Caribe, que al conjugarse forman unas superceldas, y estas a su vez producen tornados de enorme magnitud. Sin embargo, el clima de los últimos años ya ha demostrado que lo improbable también debería hacer parte de los pronósticos del tiempo. En 2012, la revista Natural Hazards publicó su artículo Severe tornadoes on the Caribbean coast of Colombia since 2001 and their relation to local climate conditions, donde analiza la relación del clima con los tornados que se empezaron a formar en el Atlántico colombiano desde 2001. “Cuando publicamos por primera vez un artículo sobre tornados en el Atlántico, la comunidad internacional se sorprendió, porque cómo era posible que un lugar como Colombia, donde prácticamente el clima no tendría por qué cambiar, se den esos fenómenos”, cuenta el investigador, quien después de casi una década de trabajo cree que ha dado con la respuesta a este interrogante. Según lo que ha investigado, el origen de los tornados en el Atlántico —que han sido seis desde el 2001— es distinto al de los que ocurren en los Estados Unidos. “Acá lo que pasa es que cuando la humedad y la temperatura son altas, y llega, por ejemplo, una onda tropical (con aire frío) o un frente frío, esas dos masas se encuentran y producen esos fenómenos. En zonas subtropicales y cercanas al Ecuador no son tan comunes, la mayoría son débiles y no se forman en supercélulas, más bien se asocian a circulaciones de mesoescala y de escala local en la capa límite planetaria. Es decir, a inestabilidades más locales, esto es precisamente lo que seguimos investigando”, detalla el experto, quien luego de analizar sus características (época del año, día, hora y lugar en que ocurren), concluyó que el municipio de Soledad, Atlántico, es particularmente vulnerable a los tornados. ¿Por qué Soledad? La tierra de la butifarra y el merecumbé cumple con dos condiciones para ser presa de este tipo de amenaza natural. En primer lugar sus altas temperaturas, que son la pieza fundamental del engranaje de un tornado; y en segundo, el estar rodeada de humedales. “Hemos identificado que en zonas que tienen cuerpos de agua importantes, se favorece que las altas temperaturas evaporen el agua y creen estas corrientes de aire caliente hacia arriba”, apunta Ortiz Royero. Cuando a esto se le suma una corriente de aire frío, aportada por una onda tropical, el coletazo de una tormenta o de un huracán, se tienen los elementos necesarios para un tornado. “Entonces decidimos, con el apoyo de Colciencias y el Ideam, desarrollar un proyecto instalando una estación meteorológica allí, porque los fenómenos naturales son tan impredecibles y complejos que hay que medirlos para poderlos entender”, señala el investigador.
EL ORIGEN DE LOS TORNADOS EN EL ATLÁNTICO - QUE HAN SIDO CINCO DESDE EL 2001 - ES DISTINTO AL DE LOS QUE OCURREN EN EL NORTE DEL CONTINENTE.
Sin memoria Un año de mediciones en Soledad (además de otras dos estaciones en Puerto Colombia y Sabanalarga) ha dado como resultado una serie de datos relevantes en cuanto a la ocurrencia de estos fenómenos. Según Ortiz Royero, las temperaturas más altas en Soledad se dan entre las 11:30 de la mañana y las 2:00 de la tarde, y es ahí cuando son más altas las probabilidades de que ocurran tornados. También notaron que se dan entre los meses de mayo y septiembre. Además de demostrarle a la comunidad científica internacional que esta parte del mundo también es vulnerable a la amenaza natural de los tornados, estos estudios tienen un valor práctico y un objetivo de relevancia local. “Aquí no tenemos memoria, no se toman medidas ni correctivos. El problema principal es que no hay planes de mitigación de los efectos, sino que ocurre algo y en ese momento se reacciona. Pasa un vendaval o un tornado y vamos a entregar las láminas para los techos de los damnificados, pero ahí quedó el plan, no hay una preparación de la comunidad para lo que venga más adelante”, expresa con preocupación el docente. Su deseo es que la información que recoja sobre estos fenómenos ayude a concientizar a las autoridades responsables de la importancia de estar preparados para su llegada. Pero no solo es una cuestión de los organismos públicos, sino también de cada habitante que en algún momento pueda estar expuesto a un tornado o un vendaval. “Otro problema es el desconocimiento de la comunidad”, admite el investigador, quien junto con otros expertos en el tema realizó un Café Tertulia para disipar las dudas de los residentes de zonas de riesgo. “Derrumbamos el mito de que disparar con un arma a las tormentas las disipa. La teoría que ellos tenían es que la onda de choque creada por un disparo puede minimizar los efectos de un fenómeno natural, pero eso es absurdo, porque la escala de la explosión de un disparo no le hace ni cosquillas a un evento de ese tipo. Eso solo puede llegar a matar a alguien por una bala perdida”, señala Ortiz Royero. También recuerda la creencia popular de que en momentos de fuertes brisas, se deben abrir puertas y ventanas para que no haya una diferencia de presión atmosférica entre el interior y el exterior de la casa, y así evitar que se rompan los vidrios de las ventanas. “Eso es falso, lo que uno tiene que hacer es protegerse, cerrar todo, porque esos cambios en presión son insignificantes”. Otra recomendación, especialmente para las personas que habitan viviendas con techos inestables, es no ponerles bloques y piedras para mantenerlos en su lugar, pues ante un evento de este tipo, cualquiera de esas cosas se convierte en un proyectil que puede amenazar la integridad de otras construcciones y hasta la vida de las personas.
LAS TEMPERATURAS MÁS ALTAS EN SOLEDAD SE DAN ENTRE LAS 11:30 DE LA MAÑANA Y LAS 2:00 DE LA TARDE, QUE ES CUANDO HAY MÁS PROBABILIDAD DE QUE OCURRAN TORNADOS.
La pregunta del cambio climático A pesar de que Ortiz Royero sostiene que su ventana de trabajo (de 12 años) es muy pequeña para hablar de cambio climático, en sus artículos científicos sobre el tema queda latente la pregunta de si este fenómeno puede incidir en la frecuencia e intensidad de ocurrencia de estas amenazas naturales en la región. “Los expertos del clima tienen una hipótesis bastante clara respecto a cuál va a ser el comportamiento de los fenómenos naturales con respecto al cambio climático. Ellos dicen que el efecto del calentamiento global no va a traer como consecuencia que ahora haya, por ejemplo, más huracanes, sino más intensos”, explica el investigador. Para él, esto significa que tal vez los tornados hayan ocurrido siempre en esta parte del mundo, pero solo ahora se perciben porque son más recurrentes y violentos que nunca. Y es que ninguna agencia o entidad en Colombia tiene el reporte de cuántos tornados se han presentado. Solo se cuenta con los registros de los medios de comunicación de las últimas dos décadas, aproximadamente. Es posible que hayan ocurrido en el pasado pero no hay evidencias, o que hayan sido confundidas. “Debemos concientizarnos de que de abril a septiembre hay una temporada de vendavales y tornados, y como en otras partes del mundo hay preparación, nosotros también deberíamos tenerla”, finaliza Ortiz Royero, quien recuerda que el más reciente ocurrió en Barranquilla, en el barrio Sourdis, el 24 de abril de 2016, aunque no pudo desarrollarse totalmente, por lo que ocasionó daños menores.
En Colombia, el estudio de la astrofísica todavía es incipiente, pero ya hay quienes empiezan a hacer parte de una conversación global y fascinante por explicar cómo funciona el cosmos.
Por Jesús Anturi anturij@uninorte.edu.co
Hace más de tres décadas, Stephen Hawking se atrevió a predecir sin cautela, que en no mucho tiempo la física teórica alcanzaría su objetivo principal: crear una teoría completa que sirviera para describir todas las observaciones posibles, es decir, una teoría que fusionase la relatividad y la cuántica. Sus predicciones tal vez estaban basadas en el interés creciente que había despertado en científicos de todo el mundo la posibilidad de comprender el universo y las leyes de la física en su totalidad. Einstein fue un punto de partida y luego otros físicos de comienzo del siglo XX se encargarían de mostrarle al mundo lo fascinante de esta ciencia. Y, por supuesto, lo útil. En el centro de todo siempre han estado algunas de las grandes preguntas de la humanidad moderna: ¿cómo se originó el universo?, ¿es infinito?, ¿es posible viajar en el tiempo?, ¿qué son los agujeros negros?, ¿podremos hacer viajes intergalácticos? Para algunos de estos interrogantes ya contamos con teorías aceptadas por la comunidad científica, para otros el camino hay que recorrerlo a paso lento, pues cada respuesta plantea mil preguntas nuevas, y cualquier “error” puede llevar al anhelado ¡Eureka! A esto se enfrenta en su quehacer diario el físico teórico Erick Tuirán, profesor de Física de la Universidad del Norte, quien obtuvo su título de doctor en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia, Alemania. En su tesis doctoral —cuyos resultados fueron publicados en la revista Physical Review, con el nombre “Quantum Gravity Effects in the Kerr Spacetime”— el profesor se centró en el estudio cuántico de un tipo específico de agujeros negros: el propuesto por Roy Kerr. ¿Por qué este en especial? Porque la solución que encontró Kerr, matemático neozelandés, a las ecuaciones de la relatividad general de Einstein describe un agujero negro que se genera cuando una estrella que colapsa está en movimiento rotatorio; una aproximación más real que la solución de Schwarzschild (históricamente la primera solución encontrada), que describe una estrella esférica que no está rotando. “La física dice que aun cuando sea un agujero negro, este tiene también un momento angular, por lo que sigue rotando.
Erik Tuirán-----------
Doctor en Física, profesor del departamento de física y miembro del grupo de investigación en Física Aplicada.
El agujero negro de Kerr es una solución a las ecuaciones de campo de Einstein, que no tienen ninguna información acerca del comportamiento cuántico. En los últimos 50 años los físicos han tratado de compaginar la gravitación de Einstein con la teoría cuántica”, explica Tuirán. De hecho la dificultad para crear esa teoría del todo de la que habla Hawking está en que no han podido conjugar las leyes de la relatividad, que explican el mundo macroscópico (galaxias, el universo como un todo) con la cuántica, que estudia lo micro, la esencia más elemental de las cosas (comportamiento de los átomos y sus componentes más mínimos). “Unir lo muy pequeño con lo muy grande es en principio muy difícil. Se cree que adentro de un agujero negro está el santo grial de la física”, agrega Tuirán. La fuerza de gravedad descrita por la relatividad de Einstein sirve para explicar el comportamiento del universo a gran escala; mientras que las tres fuerzas fundamentales descritas por la mecánica cuántica (electromagnética, nuclear fuerte, nuclear débil), explican las interacciones de las partículas sub-atómicas. La fuerza gravitatoria (la única que no tiene una descripción cuántica) es la más débil de todas, casi imperceptible a pequeña escala, por lo que se dificulta entender el efecto que tiene a nivel sub-microscópico. De allí la importancia de investigar el comportamiento cuántico de los agujeros negros. “Si llegáramos a entender el comportamiento cuántico de un agujero negro, es decir, cuando colapsa hasta llegar a un tamaño lo suficientemente pequeño, de tal manera que los fenómenos cuánticos entran en acción, en principio se cree que se podrían llegar a entender muchos aspectos del comportamiento del universo en sus orígenes”, señala Tuirán. La búsqueda matemática Imaginarse cómo es un agujero negro cuántico tiene tintes de adivino. Las teorías son variadas. No es casualidad que la demostración de su existencia haya llegado por medio de las matemáticas, con una serie de ecuaciones diferenciales que para la mayoría de personas no dicen absolutamente nada. Es un mundo abstracto donde la belleza de las matemáticas enamora a los científicos, sobre todo cuando descubren que tienen a la mano herramientas para entender el comportamiento del universo y que pueden recorrer un camino que los lleve a respuestas sorprendentes. En el caso del profesor Erick Tuirán, los hallazgos más interesantes de su trabajo de tesis lo animaron a seguir un camino. Cuando hacía las correcciones cuánticas en el agujero negro de Kerr, el cual en principio no tiene carga eléctrica, encontró que se presentaban cambios que daban como resultado algo parecido a una carga eléctrica; su indicio fue que estas correcciones traían la carga eléctrica de manera escondida. “Ese resultado quedó allí y ahora con un estudiante de la maestría de Física de Uninorte lo retomamos con un agujero negro que ya está cargado eléctricamente.
Queremos mirar si la teoría cuántica nos trae esa información de la carga eléctrica o no. Eso siempre ha sido intrigante en los resultados de mi tesis. Digamos que eso es lo más bonito que salió”, dice. En resumen, Tuirán busca responder qué relación hay entre la carga eléctrica de un agujero y las fluctuaciones cuánticas del campo gravitacional, pensando que este tiene un comportamiento cuántico. Aunque modestamente Tuirán habla de su trabajo, es consciente de que cualquier hallazgo de hoy, por pequeño que sea, puede ser decisivo en el futuro. “Sería genial para mí que estos resultados puedan llegar a tener alguna relevancia en el estudio astrofísico de alguna estrella”, agrega el profesor, quien confiesa que llegó a la física porque quería entender la teoría de Einstein, cosas como por qué el tiempo se dilata o por qué las longitudes se contraen. De Einstein también aprendió que en la ciencia, la fantasía y la creatividad son más importantes que el conocimiento. Tan fundamentales como en el arte.
Luis Felipe Zapata Magíster en neuropsicología Profesor de Psicología lzapata@uninorte.edu.co
EL NUEVO MISTERIO
DE LOS MISTERIOS
Gracias a las investigaciones minuciosas de las neurociencias, hoy la comunidad científica y académica acepta que la función máxima del cerebro es generar los procesos mentales, y que la mente es la expresión del cerebro trabajando. Este conocimiento representa un avance importante y significativo, ya que elimina una de las falsas dicotomías que ha distorsionado nuestra percepción de los procesos naturales y humanos: la dicotomía mente-cuerpo. Y no solo confirma la unidad entre lo psicológico y lo biológico, sino que facilita una base material a nuestra vida psicológica, generando una nueva forma de vernos a nosotros mismos. Pero así como en la época de Darwin ya se aceptaba el hecho evolutivo pero se desconocía el mecanismo subyacente que impulsa el cambio, —la selección natural— actualmente se acepta que la mente reside en el cerebro, que el cerebro genera los recuerdos, las emociones y los pensamientos, pero se desconoce cómo este órgano genera la subjetividad, el yo interno, la identidad personal y, en últimas, el proceso mayor: la conciencia. Ese es el nuevo misterio de los misterios. En los últimos 30 años se ha avanzado enormemente en el conocimiento del funcionamiento cerebral, pero podríamos decir —siendo humildes ante la complejidad— que es poco lo que aún sabemos.
"EL CEREBRO GENERA LOS RECUERDOS, LAS EMOCIONES Y LOS PENSAMIENTOS, PERO SE DESCONOCE CÓMO ESTE ÓRGANO GENERA LA SUBJETIVIDAD, EL YO INTERNO, LA IDENTIDAD PERSONAL Y, EN ÚLTIMAS, EL PROCESO MAYOR: LA CONCIENCIA. ESE ES EL NUEVO MISTERIO DE LOS MISTERIOS."
Si pudiésemos viajar por el interior de un cerebro encontraríamos aproximadamente unas 100 mil millones de neuronas, las cuales se comunican entre sí a través de impulsos eléctricos altamente sincronizados, capaces de originar imágenes mentales. A partir de esta comunicación, facilitada por innumerables moléculas químicas que saltan entre neurona y neurona, estas células son capaces de captar información del ambiente exterior y del propio interior del cuerpo, y generar una conducta adaptada al contexto. Todo indica que la base de la organización cerebral para generar la mente humana es la intrincada red de conexiones neuronales que se han fraguado en el curso de la evolución. Mantenemos en nuestros genes y nuestro cerebro firmes huellas de nuestro pasado evolutivo. Pero, ¿cómo de esta intrincada red de conexiones de células cerebrales surge un estado mental que permite observarnos a nosotros mismos y a los otros? No solo efectuar esa observación sino saber, entender que lo estamos haciendo. La conciencia, el saber que conocemos, el saber que somos, el saber que existimos, facilitó o permitió ciertas ventajas frente a las otras especies en el largo proceso evolutivo. Este nuevo proceso emergente implicó un fortalecimiento de los vínculos entre los primeros humanos que les permitió darse cuenta de las necesidades del otro, lo cual fue definitivo en la génesis del vínculo afectivo y en la conformación de los primeros grupos sociales como estrategia de supervivencia frente a otras especies de mayor peligro. La conciencia introduce el propósito y la intención altamente elaborada, más allá de los actos que responden meramente a los estímulos presentes en el ambiente, lo cual permite desarrollar estrategias más sofisticadas para enfrentar las presiones que los humanos tuvimos que vivir en nuestros inicios, porque no solo luchábamos, sino que sabíamos que lo hacíamos. Pero a la vez, la emergencia de la conciencia complejiza el proceso evolutivo humano, puesto que es a partir de esta nueva expresión de la naturaleza que el hombre comenzará una renovada dimensión de la existencia: la del mundo cultural. El hombre ya no es solo biología, también es mente y cultura, hasta el punto que hoy se acepta que los humanos nos movemos en dos tipos de evolución: la evolución biológica, que es lenta porque obedece a cambios o variaciones genéticas benéficas y seleccionadas al azar, y la evolución cultural, que es intencional, no azarosa como la biológica, rápida, cada día más veloz, obedece a la “acción con propósito” del hombre sobre la naturaleza, sobre los grupos sociales y sobre él mismo.
La conciencia, al ser un producto natural que emerge de un cerebro proveniente del mundo de los mamíferos es por lo tanto producto del azar evolutivo, pero paradójicamente al introducir el control y la autorregulación intencional en la naturaleza a través de lo humano, tiende a regular el azar del cual proviene. Es decir, con la emergencia de la conciencia, lo humano deja de ser mero azar y empieza a incluir la intención en los procesos y las relaciones. Con la conciencia, la naturaleza se piensa a sí misma. Pero la conciencia también introduce la incertidumbre ignorada por la naturaleza al permitirnos comprender lo pequeños que somos, la finitud de nuestra existencia y mantener expectativas inciertas frente al porvenir. Todo esto debido al cerebro que poseemos, porque la conciencia, en términos biológicos, es el cerebro humano funcionando. Pero cómo el cerebro lo hace es aún un misterio. Un proceso es la atención, la percepción, el lenguaje, los cuales son instrumentales, y otro muy diferente es la intención, el propósito, la creencia y el significado. ¿Cómo emerge de esta actividad neuronal, la subjetividad, el yo psicológico, nuestra identidad personal? ¿Qué mecanismo o proceso permite que este conjunto de células nerviosas conectadas entre sí, piense respecto al mundo y a sí mismo, teorice al universo y produzca Las Meninas? Solo podemos esperar que en el siglo XXI el hombre avance en la comprensión del funcionamiento integral de este órgano maravilloso, moldeado en miles de años de evolución, y que guarda misteriosamente lo que nosotros somos como especie, individuos y personas.
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